Magdalena y el Coronavirus
Por César Díaz
Las calles del primer cuadro
de la Ciudad de México lucen desoladas, con poco tránsito vehicular y cero
bullicio citadino, mientras Magdalena camina por en medio del adoquinado de la
calle de Donceles, son las 14:00 horas del primer día de abril.
Las cortinas de las centenas
de negocios de una de las principales zonas comerciales del país en donde todo
se “mueve”, hoy está quieto; hace unas horas el Gobierno capitalino determinó
que deben de parar sus actividades comerciales como parte de la estrategia de
contención a la propagación del Covid 19 “Coronavirus”.
Miradas de miedo, respiración
contenida en cubre bocas, ambiente solitario y triste, así es como se palpa en
parte una pandemia; un enemigo invisible pero perceptible que pega en lo moral,
económico y en el peor de los casos, el vital.
Magdalena camina en ese
ambiente a paso firme sosteniendo en su mano izquierda un trapeador y en la
otra una bolsa roja con enceres de limpieza; la religiosa atrae las pocas
miradas, su hábito gris y blanco resaltan entre la calle.
“Desde mi punto de fe, la
pandemia no es una prueba que nos pone Dios, sino una reparación del daño que
nos hemos hecho como seres humanos y de reflexionar sobre todo en lo que hemos
fallado y reencontrarnos con nuestros hermanos.
“Vine a comprar algunas cosas
de higiene que necesitamos, pero ya están cerrando todo; sí se percibe la soledad,
pero toda tempestad pasará”, comenta le religiosa de la orden franciscana.
Desde el Zócalo hasta Pino
Suárez se repite la imagen: cortinas abajo, otros aún no han cerrado en espera
de hacer algunas últimas ventas, la recesión económica pegará y fuerte, y a
ello habrá que echar mano de la clandestinidad, “llame antes y le tengo sus
productos, aquí estaremos atendiendo a cortina cerrada”, la oferta de los
proveedores, porque quienes viven como prestadores de servicios o “al día”, no
cuentan con sueldos fijos y serán quienes junto con los servicios esenciales
sean los más propensos a un contagio mayor.
La calle peatonal de Francisco
I. Madero, que nunca duerme al ser uno de los principales corredores
comerciales y turísticos que van desde Eje Central hasta la plancha del Zócalo,
ya está cerrada, delimitada por vallas metálicas y cercada por policías para
restringir su paso.
Semanas difíciles, sin lugar a
duda, las cifras siguen en crecimiento; hace una semana eran contados los
casos, ya estamos en los miles de infectados y la mortalidad seguirá creciendo.
Tener una creencia religiosa o no, hoy no es diferencia; lo que sí podemos
hacer es cuidarnos y estar preparados ante la crisis humanitaria, económica y
social que se avecina.